Las Islas Cook se extienden a lo largo de kilómetros de agua. Entre 1773 y 1779, el capitán James Cook reclamó para la corona británica el archipiélago que ahora lleva su nombre, entre las islas de Tahití y Tonga. Desde 1965, las Islas Cook son independientes de Nueva Zelanda y cuentan en total con unos 10.000 habitantes censados según Wikipedia.

En este archipiélago remoto nació Ina, un hada viajera comprometida con Tinirau, el dios del océano que vivía en una isla flotante, a kilómetros de distancia de su propia casa. Ina deseaba estar con su verdadero amor y la única forma de alcanzarlo era cruzar el mar, con el riesgo que eso supone siempre.

Un día de tormenta, el hada Ina caminaba por la playa sintiéndose muy angustiada y sintió la necesidad de ir en busca de su amor. Corrió y nadó hacia el horizonte para intentar nadar en busca de Tinirau, pero el estaba muy ajetreado y las olas gigantes la arrojaban de espaldas a la playa una y otra vez.

El hada Ina buscó ayuda por todas partes. Habló con los peces, las tortugas y los pájaros pero no tuvo suerte pues la mayoría de estas criaturas eran demasiado pequeñas para cargar con ella. Finalmente, un tiburón accedió a llevarla a través del océano sobre su espalda, agarrada a su aleta. Quedaron en la playa a la mañana siguiente, muy temprano. Emocionada, Ina se preparó para su viaje recolectando cocos jóvenes.

Antes del amanecer, Ina estaba en la playa con su bolsa de cocos y un collar de flores alrededor del cuello. Inició su viaje a horcajadas sobre el tiburón. Después de un tiempo, Ina tuvo sed y buscó en su bolso uno de los cocos jóvenes que había traído pero, con la emoción, se había olvidado de traer un cuchillo.

El tiburón se compadeció de la hermosa doncella y le ofreció su aleta dorsal para romper la nuez. El hada Ina rompió la nuez en la aleta del tiburón y sació su sed con el coco. No pasó mucho tiempo antes de que sintiera la necesidad de hacer sus necesidades y se hizo pis encima del tiburón, pensando que no se daría cuenta. Pero se equivocó…

El tiburón estaba furioso y amenazó con arrojar a Ina a las profundidades del océano si volvía a hacer eso. Cuenta la leyenda que los isleños se quejan de que la carne de tiburón huele a orina por lo que hizo Ina. Usando su encanto, Ina engatusó al tiburón para que continuara su viaje.

El sol era fuerte y caía a plomo sobre la espalda de Ina, lo que hizo que volviera a tener sed. En esta ocasión el tiburón, todavía molesto con ella por hacer sus necesidades en él, no se lo permitió. Sin embargo, el hada no pudo soportar el calor y, sin pensarlo mucho, tomó otro coco de su bolsa y lo rompió en la cabeza del tiburón (así es como el tiburón martillo tomó su forma). Desconcertado por el dolor, el tiburón entró en estado de shock y tiró a Ina de su espalda. El tiburón se sumergió profundamente en el abismo, dejando a Ina luchando contra las grandes olas.

Tekea el Grande, el rey de todos los tiburones, se compadeció de Ina y salió de las profundidades del océano para rescatarla. La llevó a salvo a la isla flotante de Tinirau, donde al fin Ina se reunió con su amado.